La guarida del dispar

Goberné el concierto de sus ojos por unos instantes, su mirada oscilaba al son incesante de mi inquieto baile, de un extremo a otro de la habitación, sin descanso, rindiéndose al sopor de una profunda hipnosis. El silencio, anudado con cuerdas al gaznate, nos mantenía atragantados en la espera, mientras el sol se iba poniendo tras aquellos enormes paredones. El reloj, detenido, con el miedo en las entrañas, nos hacía un guiño a la fuga. Como si huir fuese una opción…

Aguardamos que algo aconteciera, atrapados en nuestra propia guarida. Aquella de interminables pasillos y puertas, que más que protegernos, nos había servido de ratonera para ser cazados. ¿La razón? Él y yo. Éramos el sincero reducto de un reino en ocaso, plagado de corrupción, hipocresía y engaño.

Cesó el letargo con el estruendo de un portazo. El vago sonido de múltiples pasos repiqueó en nuestra mente, advirtiéndonos del peligro a corta distancia. Una mirada de complicidad nos hizo imaginar el futuro escenario. Rostros de torcida mueca y compugidos ojos atravesarían el umbral. Como engendros sin alma, con zancadas muertas, tratarían de acabar con nosotros. Porque odia, la ponzoña del espíritu cadáver, la inocencia y el fulgor del que aún sueña. Y tanto recela, que la única misión de su veneno es exterminar todo aquello que sea diferente.

Nosotros lo éramos.

Asintió. Se levantó rápidamente del sillón y, sin apartar la vista de mí, avanzó hasta posicionarse a mi lado. Era la mejor compañía que podía desear junto a mí, tranquilo y confiado. Di gracias por ello. Me preguntaba cuántos más quedarían como nosotros…

Ya todo estaba pensado. Teníamos el plan más macabro que puede existir para una mirada sin luz y la inmutabilidad de unos labios. Cuando la puerta cediese…

les recibiríamos con el fuego abrasador de una sonrisa.

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